jueves, 28 de junio de 2007

Los defenestrados de Praga

En verdad existe esa historia lamentable, la Historia de las Defenestraciones.

La voz francesa defenetrér suele aplicarse a cualquier acción de desplazamiento que conlleve cierta fuerza en el trance. Su sentido estricto, sin embargo, es el de “arrojar algo o a alguien por la ventana”. El pueblo ciudadano de Praga se ha desvelado sorprendentemente aficionado en este oficio, y hasta incluyen algunas defenestraciones célebres entre los capítulos notables de su país. Quién iba a imaginar que semejante operación gozase de tanta influencia en la historia política de las naciones, y que se la enseñase incluso en las escuelas, pero de hecho así es. He aquí las tres defenestraciones que popularizaron esta perniciosa costumbre.

Aunque la primera no fue en realidad una defenestración propiamente dicha, daremos con ello muestra de que nuestro juicio aún puede ser flexible, ya que cuando en 1419 los herejes husitanos, alborotados por la reciente quema en la hoguera de su líder Juan Huss, decretada por el Concilio de Constanza, irrumpieron en el edificio de la municipalidad de Praga con la intención de maltratar a sus ocupantes, no utilizaron para sus fines una ventana, sino un balcón. Los defensores de esta variante sostendrían que sus resultados eran igualmente satisfactorios, para ponderarla más tarde desde la Unitas fratrum, que agrupaba a los seguidores de Juan Huss y Pedro Valdo.

Siete consejeros del rey Wenceslao cayeron al asfalto.

Nada sabía entonces el mundo moderno de los salvajes del continente austral, donde lanzan a sus mejores hombres desde alturas infames como prueba de hombría, aunque el motivo en este caso sea algo distinto, pues se trata de una cuestión de honor que los husitanos serían incapaces de igualar.

La segunda de las defenestraciones es la más conocida. Con ella dio comienzo la Guerra de los Treinta Años, el 23 de mayo de 1618.
Fernando II era un Borbón, y como tal debía de sentir cierta dicotomía que lo dividiese, por un lado, entre la nieve de los Alpes austriacos y la cerveza de Korneuburg, y por otro, entre el sol tibio de los pirineos y los quesos castellanos. Probablemente su error fue hacerle demasiado caso a su madre, que era católica. Ni el emperador Matías pudo impedir que lanzaran por la ventana a dos gobernadores imperiales y a su secretario personal.

Desde las ramas más radicales de la Unitas (que, tras introducir con cierto éxito el lanzamiento desde tejado y hasta en alguna ocasión desde el campanario de la ciudad, apelaban ahora por una popularización del canon y la apertura de costumbres) se criticó duramente esta acción como una vuelta a los orígenes ortodoxos. El conde de Thurn y los suyos, autores del revival, se defendieron esgrimiendo el respeto a la tradición y una tosca teoría sobre el carácter trinitario de las ventanas. Pero éstos se reservaban todavía una variación piadosa de la defenestratio original, ya que lanzaron a sus víctimas sobre las fosas sépticas del palacio. A juicio del lector queda la cuestión de qué es preferible.

La tercera defenestración es algo más siniestra.

El 10 de mayo de 1948 encontraron el cuerpo descalabrado del ministro checoslovaco Jan Masaryk, en el patio del Ministerio de Asuntos Exteriores. Por encima de él una ventana abierta. Desconocemos los pormenores de este final inconcluso. ©




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