miércoles, 25 de julio de 2007

El último acorde de Robert Johnson

De todos es conocida la historia de Robert Leroy Johnson (1911-1938), el guitarrista de blues que vendió su alma al Diablo en un cruce de caminos, según cuentan, a cambio de la habilidad para tocar el blues mejor que nadie. Se lo considera uno de los padres originales de este género, y sus piezas siguen interpretándose en la actualidad por músicos de toda especie. “Crossroads”, “Dust my blues”, “Preaching blues” o “Walking blues”, por poner algunos ejemplos, son composiciones que destilan el signo errante y turbulento que gobernó los días del músico del Delta. Testigos presenciales afirmarían que Johnson adquirió de la noche a la mañana una habilidad prodigiosa en el manejo de la guitarra, lo cual contribuiría a reforzar la leyenda en torno a su figura.

Sin embargo pocos saben que Johnson había adquirido la capacidad de ejecutar un acorde extraño y misterioso, que podía provenir de las armonías tribales de sus antepasados africanos. Según el historiador de la música y cultura norteamericanas Murdock Mathaway, un largo historial de maldición y superstición rodeaba la historia del acorde secreto de Johnson. Al parecer, numerosos intérpretes y músicos ambulantes del Mississippi que lo tocaron o incluyeron en sus tonadas habían sido víctimas de muertes horribles, e incluso llegó a estar prohibido por la Iglesia anglicana, después de que un predicador proclamase que el acorde maldito tenía el poder de incitar a las jóvenes al libertinaje y a los varones al crimen y la disipación.

Sea como fuere, el rastro del acorde prohibido de Robert Johnson se extinguió con la muerte del guitarrista. A día de hoy existe una gran incertidumbre en lo referente a la disposición y naturaleza de este acorde, que según Murdock Mathaway se componía de tres dedos sobre el mástil y dos cuerdas tocadas al aire. Durante la década de los sesenta, el controvertido compositor austriaco Wilhelm Krauss llevó a cabo algunas investigaciones sobre el asunto, y averiguó que las relaciones tonales del acorde remitían a las llamadas proporciones áureas de la geometría, así como otras singularidades que relacionaban este acorde con el Hectaedro Cósmico de Tycho Brahe.

La leyenda cuenta que un tabernero celoso envenenó el whisky del guitarrista en la fatal noche de su muerte, aunque otras versiones apuntan a que pudo morir de neumonía o sífilis. Ninguno de estos lamentables finales logró apagar la voz de un autor tan singular, cuyas canciones seguro que vivirán durante el resto de los tiempos. ©

lunes, 23 de julio de 2007

El ladrón precavido

A James Haggart "Ugly" McKenzie jamás lo atraparon en su dilatada carrera como bandido y salteador de caminos. Durante más de treinta años tuvo oportunidad de desvalijar diligencias, caravanas y viajeros solitarios en Texas, Nuevo Mexico, Arizona y Colorado. Los suyos se caracterizaban por ser asaltos donde raramente las víctimas sufrían daños, aunque muchos testigos declararon que McKenzie parecía estar siempre extremadamente nervioso y disparaba sus armas al aire con enorme profusión. Jamás consiguió robar un botín tan sustancial como para permitirle dejar su vida de crimen, pero si acostumbraba a obtener dinero sufiente como para desaparecer durante largas temporadas. No se le conoce ninguna víctima mortal y siempre consiguió evitar enfrentamientos directos con las fuerzas del orden y los mercenarios cazadores de recompensas.

Tras cumplir cincuenta y dos años, Ugly McKenzie abrazó la fe de Joseph Smith y se instaló en Utah, donde vivió plácidamente con sus 8 esposas y 15 hijos en una granja comprada con los ahorros de una vida de robos. Nunca trató de esconder su pasado. En una carta al Tribune de Salt Lake City declaró lo siguiente:

"Jamás he dañado a nadie. Nunca lo he pretendido, pero los caminos del Señor son misteriosos y por prevención contra mí mismo y mis instintos pecadores, tomé desde el principio la determinación de cargar mis armas con munición de fogueo. Nunca en mi vida he disparado un arma cargada con balas de verdad. Es cierto que me he visto envuelto en peleas a puñetazos con otros hombres e incluso en alguna ocasión he golpeado a alguna de mis víctimas, pero siempre con la intención de evitar males mayores y tratando de no causar heridas graves. Estoy seguro de que mi señor Jesucristo sabrá perdonarme estas pequeñas faltas.

Siempre traté de intimidar a mis víctimas disparando al aire tanto como fuese posible, para que así pensaran que yo era peligroso y que tenía el gatillo fácil. Es verdad que mi truco siempre funcionó, pero yo era perfectamente consciente de que en alguna ocasión podía encontrarme con alguien realmente peligroso y salir mal parado. Como no tenía nada que perder no me importaba.

La prueba de que mis decisiones en la vida han sido las correctas está en el hecho de que el cielo me ha permitido llegar hasta aquí para arrepentirme de mis pecados junto con mis esposas e hijos. Ningún hombre podría pedir más."

jueves, 19 de julio de 2007

Stälhammar y la Historia impenitente

Alguien dijo que las ideas concebidas por un filósofo en la soledad de su gabinete pueden originar efectos devastadores en el mundo real. Éste sería el caso del académico sueco Svend Stälhammar (1835-1916), quien fuera responsable de uno de los más notables sabotajes a la historia enciclopédica de la humanidad. Dado el alcance y la implicación de su fechoría, podría decirse que este subversivo historiador de la Universidad de Estocolmo no tenía otro propósito que desbaratar y poner en tela de juicio todo lo referente a la historia oficial que se enseña en nuestras universidades, pero no obstante los estudiosos todavía se preguntan cuál pudo ser la verdadera motivación de Stälhammar al llevar a cabo una acción que distorsionaba y malversaba deliberadamente los fundamentos de la institución a la que servía.



Tras una existencia dedicada al estudio y la docencia, Stälhammar llegó a integrar la Academia Real de Historia y Humanidades de Estocolmo en 1905. Pudo jactarse toda su vida de haber llevado una carrera ejemplar, labrándose un lugar meritorio en los círculos académicos de su país. Entre las contribuciones más importantes de Stälhammar, destacan sus trabajos sobre los enciclopedistas franceses y la Ilustración; la traducción ampliada y revisada de la Enciclopedia de Diderot, empresa que le valió el premio Nacional de Ciencias Humanas en 1902; así como numerosas aportaciones en materia de historicismo e investigación. Nadie podía imaginar que su obra póstuma, la que debía ser el mayor legado del historiador sueco a la historia cultural de su nación, se vería empañada por la sombra de un hecho tan sorprendente como descabellado.



Durante sus últimos años de vida, Stälhammar trabajó duramente en la elaboración de una enciclopedia universal que, según él, superaría a todas las enciclopedias anteriores. Tras la muerte de Stälhammar, se recogieron los numerosos archivos de entradas y artículos del académico y se procedió a la publicación de su enciclopedia. El caso es que nadie reparó demasiado en el texto, debido a que Stälhammar gozaba de una confianza plena entre sus compañeros de profesión, y de este modo todos descubrieron demasiado tarde la trampa del viejo profesor.



En su enciclopedia de 57 tomos en edición de lujo encuadernada en piel de alce e hilo de oro, Stälhammar introdujo una larga serie de episodios históricos ficticios, modificó y relacionó otros tantos, inventó personajes de la historia de los que no se guarda constancia, y un sinfín de variaciones arbitrarias que sólo podían responder al diabólico plan secreto de su autor. Entre otras cosas, Stälhammar afirmaba que Napoleón había invadido Alemania; atribuía a Aristóteles un tratado sobre los sueños; mencionaba artistas del Renacimiento inexistentes o introducía monográficos de inventores, escritores y filósofos desconocidos.



En la década de los setenta se fundó un club clandestino de escritores e intelectuales en Dublín, Irlanda, todos ellos admiradores del legado de Stälhammar. Se cree que este grupo difunde en secreto toda clase de tergiversaciones históricas con el único fin de sabotear la cultura, a través de periódicos, libros o seminarios, y cuentan ya con numerosos miembros de todas partes del mundo. No han faltado las voces de protesta de las academias oficiales y profesionales de la docencia, pero hasta la fecha nadie ha logrado desenmascarar a los que el Times calificó de “terroristas culturales”.



Terroristas o no, el Club de los Adeptos de Stälhammar prosigue su labor en secreto, y cada día nuestra historia se hace un poco menos histórica. En cualquier momento, en cualquier pasaje de una revista, un panfleto o incluso un diccionario, puede acontecer la mano de estos fabuladores impenitentes que hicieron del historicismo su particular modo de inventiva. ©




La Ética de Vonnegut

Discurso de graduación del MIT, 1997
por Kurt Vonnegut.


"Damas y caballeros del curso de 1997:

Usen crema de protección solar.

Si solamente pudiese darles un consejo para el futuro, sería que usen crema de protección solar. Los beneficios a largo plazo de la protección solar han sido demostrados por la ciencia, mientras que el resto de mis consejos no tienen más justificación que mi propia e insegura experiencia. Les daré estos consejos ahora.

Disfruten del poder y la belleza de su juventud. No se preocupen. No comprenderán el poder y la belleza de la juventud hasta que se hayan marchitado. Pero créanme, en 20 años verán fotos de ustedes y comprenderán de una manera que ahora les resulta imposible cuántas posibilidades yacían ante ustedes y cuán bellos eran. No están ustedes tan gordos como creen.

No se preocupen por el futuro. O sí, preócupense. Pero sepan que preocuparse es tan efectivo como tratar de resolver una ecuación algebraica masticando chicle.

Los verdaderos problemas de sus vidas serán cosas que nunca se han cruzado por su mente, el tipo de cosas que les abruman de repente a las 4 de la tarde de un aburrido jueves.

Hagan cada día algo que les asuste hacer.

Canten.

No sean imprudentes con los sentimientos de otras personas. No acepten que otros sean temerarios con los sentimientos de ustedes.

Sean tranquilos.

No malgasten su tiempo con los celos. A veces estás por delante, otras veces estás detrás. La carrera es larga y al final, se compite sólo con uno mismo.

Recuerden los cumplidos que reciben. Olviden los insultos. Si consiguen hacer esto, díganme cómo.

Conserven sus viejas cartas de amor. Tiren a la basura la correspondencia del banco.

Hagan estiramientos.

No se sientan culpables por no saber qué hacer con sus vidas. La gente más interesante que conozco no sabían que hacer con sus vidas cuando tenían 22 años. Algunas de las personas de 40 años más interesantes que conozco siguen sin saberlo.

Tomen mucho calcio. Cuídense las rodillas. Las echarán en falta cuando dejen de funcionarles.

Tal vez se casen, tal vez no. Quizá tengan hijos, quizá no. Puede que se divorcien a los 40 o puede que bailen el pollo loco en su 75º aniversario de bodas.

Hagan lo que hagan, no sean demasiado indulgentes con ustedes mismos. Tampoco sean excesivamente estrictos. Sus opciones rondarán siempre el 50%, como las de todo el mundo.

Disfruten de su cuerpo. Úsenlo de todas las maneras que puedan. No le tengan miedo ni se preocupen por lo que otras personas puedan pensar de él. Es el mejor instrumento que nunca tendrán.

Bailen. Incluso si no tienen más lugar para hacerlo que el salón de su casa.

Lean siempre las instrucciones aunque luego no las sigan.

No lean revistas de belleza. Solamente les harán sentir feos.

Llévense bien con sus padres. Nunca se sabe cuando van a dejar de estar ahí.

Traten bien a sus hermanos. Son su mejor enlace con el pasado y los únicos que les seguirán apoyando en el futuro.

Comprendan que las amistades van y vienen, pero que deben mantener a esas pocas que son preciosas.

Hagan lo posible por sobreponerse a las distancias geográficas y a las diferencias culturales ya que, cuanto más viejos se hagan, más necesitarán a la gente que les conocía de jóvenes.

Vivan en New York al menos una vez, pero váyanse antes de que les haga demasiado duros. Vivan en California al menos una vez, pero váyanse antes de que les haga demasiado blandos. Viajen.

Acepten algunas verdades inalienables: subirán los precios, los políticos les engañarán, ustedes también se harán viejos y, cuando lo sean, ustedes también fantasearán con que antes los precios eran más razonables, los políticos más honestos y los jóvenes más respetuosos con sus mayores.

Respeten a sus mayores.

No esperen que nadie les mantenga. Tal vez encuentren alguien dispuesto a invertir dinero en ustedes. Quizá se casen con una persona rica. Pero nunca sabrán cuando les van a dejar tirados.

No se hagan demasiadas porquerías en el pelo o a los 40 parecerá que lleva 80 años con ustedes.

Tengan cuidado con los consejos que reciben pero tengan paciencia con los que se los ofrecen. El consejo es una forma de nostalgia. Aconsejar a la gente es una forma de recuperar el pasado de la basura, limpiarlo, darle una capa de pintura y reciclarlo para que parezca mejor de lo que nunca fue.

Háganme caso en lo de la protección solar."

(Traducido del inglés por Julkarn)

martes, 17 de julio de 2007

Noticia de un sueño

En 1883, el redactor jefe del periódico norteamericano Boston Globe, Ed Sampson, tuvo un sueño que algunos tildarían de premonitorio, pero que, dado el carácter pragmático y tal vez ávido de noticias del propio periodista, éste no dudaría en atribuir a un hecho de la realidad. Es posible que la decisión final estuviera sugestionada por el hecho de que, en el momento de tener su sueño, Sampson se hallaba bajo los efectos de una proverbial borrachera, pero eso no desmerece un ápice el sorprendente desenlace de su historia.

Sampson había soñado que una isla llamada Pralape era desolada por un volcán en el archipiélago de Indonesia, con el resultado de treinta y seis mil personas fallecidas. A tal punto este sueño impactó al periodista, que sin dudarlo se apresuró a redactar la noticia y ésta apareció publicada en el periódico a la mañana siguiente.

Sin embargo, tras comprobarse que una isla de nombre Pralape no existía en todo el globo, Sampson fue despedido del periódico de manera fulminante.

Un día después de este calamitoso suceso, un volcán hizo erupción en la isla de Krakatoa, originando un maremoto que segó la vida de treinta y cinco mil personas. La sorpresa de los historiadores, así como la del propio Sampson, sería mayúscula al demostrarse posteriormente que la isla Krakatoa era conocida hasta el siglo XVII bajo el nombre de Pralape.

Pese a la flagrante corroboración sísmica del sueño de Sampson, no se sabe que el periodista recuperase su empleo. Hacia el final de su vida trató de inducirse a tener sueños premonitorios que anticipasen catástrofes naturales, llegando a solicitar un cargo de relevancia en cierta compañía de seguros, pero lo más que llegó a predecir de este modo fue el divorcio de su propia esposa y la muerte de un caballo enfermo. ©

sábado, 14 de julio de 2007

Nerval o el delirio

Gérard de Nerval fue uno de los escritores más representativos del romanticismo francés. Entre sus méritos se cuentan la elaboración de poemas y libros de relatos llenos de turbación; tradujo al francés a Goethe, Schiller y Heine; viajó por Oriente y Europa; entabló amistad con algunas de las figuras culturales más notables de su tiempo, y se dice que inventó la palabra “surrealismo”, que André Breton y los suyos tomaron de él. Fue un prodigio en acaparamiento de desarreglos psíquicos tales como el trastorno bipolar, el sonambulismo o la esquizofrenia; hizo célebre la imagen del poeta paseando a una langosta con una cinta rosa, y cuentan de él que pasaba el tiempo en los internados psiquiátricos instruyéndose sobre magia y cábala. En general, Nerval representa el arquetipo del “poeta maldito” por excelencia.

La inclinación de este autor por los planos más oscuros y fluctuantes de la imaginación es incuestionable, pero asimismo, Nerval padecía la misma compulsión irrefrenable y autodestructiva que parece ser la seña de identidad de tantos otros espíritus turbulentos que como él han hollado la tierra; nos referimos a su gusto por las experiencias visionarias y el empleo de psicotrópicos, tal vez como intento de vislumbrar el mundo de los sueños, particularmente agitado y convulso en su interior. No es casual la poderosa semejanza que existe entre las experiencias con fármacos o psicotrópicos y las metáforas poéticas de lo onírico, de las que Nerval era todo un maestro.

Junto a Téophile Gautier, quien compartiera una fecunda amistad con el alucinante poeta, solían acudir con asiduidad al llamado “club de los hachisianos”, un fumadero de opio situado en los bajos fondos de París. Allí pasaban tardes de infinito delirio, recostados en el mullido colchón de la enajenación, y quién sabe si no proyectarían en ese lugar algunas de las historias que más tarde hicieron populares en sus narraciones. Posteriormente los dos amigos recordarían un capítulo que podría tener cierta relevancia en lo concerniente al trágico final de Nerval, aunque no por ello se ajuste a la razón.

En la correspondencia privada que durante su vida mantuvieron Nerval y Gautier, se encuentra por cuatro ocasiones la mención a una vieja gitana que provenía del este de Europa, la cual practicaba la adivinación y toda suerte de encantamientos con la habilidad que sólo estas personas manejan. Es destacable, a la vez que extraño, que ninguno de ellos se prodigue en detalles sobre este misterioso personaje, así como la patente disparidad entre la descripción física que uno y otro hacen del mismo. Según uno, la anciana tenía un solo ojo y era completamente calva; según el otro, ésta exhibiría una abundante melena y un muñón en el lugar de la mano derecha. El único punto en el que ambos parecen coincidir es que la anciana era una asidua del “club de los hachisianos”.

Años más tarde, al morir prematuramente la amada y musa de Nerval, el poeta confesaría en una carta a su amigo que la hechicera había ocasionado su muerte. Esta afirmación tal vez deba achacarse a uno de los tantos delirios del escritor, si bien tampoco esclarece la existencia efectiva de la anciana.

Según pudo dilucidar Gautier de entre la bruma intoxicada que rodeaba la memoria así como las cartas de su amigo, la anciana le habría propuesto al poeta un trato abominable: como si de una princesa fáustica se tratase, se cree que pudo ofrecerle el dominio de la palabra a cambio del alma de una joven de espíritu puro. Según parece Nerval se debatió largamente contra esta perspectiva, e incluso se especula que su viaje por Oriente estuviese motivado por el deseo de encontrar a la vieja hechicera y ofrecerle su propia alma a cambio.

Ninguno de ellos volvió a saber nunca de la anciana, ni nadie, entre los regentes y la clientela del fumadero de opio, pudo dar fe de una persona así descrita.

En 1855, Nerval se ahorcó colgándose de una farola en una calle de París.

Cierto o no, alucinación o fantasía, este apunte no pretende establecer juicio alguno sobre la figura del genial escritor francés. En última instancia, sólo puede dudarse de estas reflexiones y las de sus protagonistas, en un caso que trasciende el historicismo y la veracidad para sumergirse de lleno en el terreno del delirio. ©

jueves, 12 de julio de 2007

Xiao Shuo

El copista Lu Shang fue un bibliotecario del emperador de China durante la dinastía Tang. En aquel tiempo, los abnegados trabajadores del papiro encarnaban toda clase de materias, desde la botánica y la metalurgia hasta la astrología, pasando por la poesía o las transcripciones históricas. Por sus manos circulaban multitud de escritos, leyendas, mitos y narraciones más o menos humildes, no tanto por sus contenidos, sin duda inestimables, sino por la costumbre que tenían estos antiguos copistas de verter sus legados más como un patrimonio que por el lucro o la fama de sus autores.

De este modo, ante la mirada de Lu Shang se sucedían las vastas escrituras anónimas como un remoto caudal de informaciones sin época y sin firma, perdidas en el tiempo y el espacio inmensos de aquel país. En aquellas escrituras se decía de grutas que eran bocas de animales, hombres que transmigraban durante siglos, encantamientos mágicos y transformaciones. Se debatía en boca de reyes la posesión de planos fantasmagóricos que dibujaban mundos celestes, y se hablaba de una gran clepsidra oculta en una montaña, de la cual fluía perennemente una sangre diferente de las otras, la sangre del tiempo.

Lu Shang quedó maravillado al constatar que aquellos datos, rasgos geniales de una pluma múltiple, adquirían los más inesperados sentidos si los comparaba con otros documentos de su biblioteca, y en ocasiones incluso creía hallar entre ellos la respuesta a algún enigma. Aquí, comprobó que cuando el poeta hablaba de sangre, se refería a la sucesión de las generaciones; allí, que cuando nombraba al dios de la fortuna aludía a la codicia de los hombres; doncellas ahogadas en ríos, sumergidas con rocas, figuraban en otros libros un secreto escondido, y la azada del dios del campo, citado abiertamente en los tratados de convivencia y sociedad, suponía en tantos otros la observancia de las tradiciones.

Ya prácticamente nada escapaba a la férrea interrogación del sinólogo, y observaba que todo signo le conducía siempre a otro, como dicen nuestros lógicos. Sobre esto y otras cosas escribió Lu Shang a lo largo de los años que le quedaban, cultivándose un lugar meritorio entre los célebres de su nación.

A su muerte, en los albores de la dinastía Han llamada a unificar el imperio, Yan Mei, el nuevo copista del nuevo emperador, se hizo cargo de los textos de Lu Shang, y creyó posible retomar sus trabajos. Aún más, ideó una prolongación de su sistema. No sin cierta licencia, pero muy lejos de toda malicia, aunó sus propios conocimientos a los de su predecesor, y las teorías del primero se conservaron, recargadas de anotaciones y ampliaciones del segundo, en lo que el humilde Yan Mei dio en llamar Libro del manantial en la montaña.

Durante siglos se atribuyó este libro al buen Lu Shang, ya toda una leyenda entre las voces doctas del imperio, y a través de la Ruta de la Seda llegó también al conocimiento del pueblo. Se realizaron algunas transcripciones del Libro del manantial en la montaña, y sus opúsculos, leyendas y mitos se enseñaron como parte de la historia de China. No obstante (y éste sería un dato que contribuiría a erigir la grandiosa imagen futura de Lu Shang), del texto original, reformado y aumentado, se infería que aquél era un personaje de las mismas historias que se dedicó a desvelar, y ésa fue la opinión general en adelante.

Lu Shang, “genio de la sabiduría”, campaba por los textos de las nuevas leyendas de los nuevos escribas, y de él y de sus anacrónicas narraciones se nutrían otras tantas que lo ensalzaban en el mundo mágico del pasado. Según una de ellas, el bibliotecario procedía de una raza de las montañas, dotada de tres ojos y poderes clarividentes. En otras, su nombre encarnaba a un dragón benéfico inspirador de los poetas, y más allá existía la creencia de que su espíritu vivía en un zorro blanco.

Al llegar a la China los jesuitas portugueses en el siglo XVI, toda una serie de leyendas, reunidas en un tomo intitulado de lectura muy extendida en el imperio, presentaba a Lu Shang como un amigo de An Hsüan que divergió una doctrina cáustica sobre el cosmos y los espíritus ingobernables que lo habitan. El reformista húngaro Lasdlas Grossyk leyó la traducción (falaz) al portugués del Libro del manantial en la montaña, donde se exponía a un Lu Shang de carácter divino, pero no leyó el compendio doctrinal ni escuchó las manifestaciones del folclore popular que sobre él se desenvolvían en narraciones orales y canciones.

Fray Ludovico de Génova, entrado el Siglo de las Luces en Europa, leyó la traducción al francés, aunque, paradójicamente, nunca supo de un libro titulado Libro del manantial en la montaña. Un discípulo de Grossyk esgrimió cierta tesis que acercaba en buena medida al genio chino a la realidad, pero que no obstante lo presentaba como un profeta.

Tras la muerte de Grossyk, los calvinistas de Mont Sygnon interpretaron las doctrinas de Lu Yang (así llamado por entonces), y a raíz de los malentendidos originados se enzarzaron en disputas que les reportarían no pocas desgracias. Sus detractores, los calvinistas de Ginebra, los tacharon de heréticos y fueron perseguidos cruelmente.

Un superviviente de esta rama, Bonifacio de Nantes, escribió hacia el final de su vida un tratado sobre herejías portuguesas en el imperio mandarín, el Ficticia mundanus imperium. En él interpretaba los asuntos que Lu (Y)Shang trató para la posteridad, teniéndolo por un místico destilador de mercurio.

Nadie sabe hasta qué punto la fama de Lu Shang se corresponde con el hombre; si el erudito chino fue un intérprete prolífico de la Historia o un personaje de la misma. En cualquier caso, sólo puede dudarse a este respecto. La pregunta de qué fue antes, el mito o el poeta, tal vez debería responderse con la misma jovialidad con que Thomas DeQuincey dictaminó que la gallina es el medio que tiene el huevo para reproducirse. ©

miércoles, 11 de julio de 2007

Génesis

Un ordenador seleccionó escrupulosa y desapasionadamente cada pareja de candidatos de acuerdo con un estricto conjunto de criterios. Su tarea consistía en averiguar cuáles de los miles de miembros de cada grupo poseían las mejores características, organizarlos en parejas y cruzarlos para extraer un único individuo con el que repetir el proceso en la siguiente generación. Como había previsto la teoría, los vástagos mejoraban ligeramente con respecto a los padres, acercando de manera ínfima a la población completa de individuos al ideal de individuo perfecto preprogramado en el ordenador.

Los candidatos en cuestión no eran sujetos de carne y hueso, el tipo de seres normalmente asociado con el concepto de evolución, sino conjuntos de unos y ceros ubicados en un tipo determinado de chip de ordenador. El doctor Adrian Thompson observaba atentamente todo el proceso en su laboratorio de Sussex, en el Reino Unido.

El experimento tenía por objetivo estudiar el elegante concepto de evolución darwiniana aplicado al hardware mediante un proceso de selección dirigido que permitiría reproducirse solamente a los individuos con las características más ventajosas, eliminando del acervo común los rasgos hereditarios menos útiles. Para probar que el argumento de "supervivencia del más apto" funcionaba con el hardware, el doctor Thompson utilizó un tipo determinado de chip cuya principal característica consiste en el hecho de ser constantemente programable. Esta característica, opuesta a la típica arquitectura fija de los chips convencionales, permite que el mismo componente pueda trabajar como parte de un módem, de un procesador de audio o de un dispositivo gráfico, dependiendo de la configuración con que se le programe. La contrapartida es que estos chips "universales" son notablemente más lentos y se calientan en exceso.

Nuestro investigador comenzó su experimento diseñando una tarea lineal y no recursiva: el chip debía distinguir entre dos tonos musicales determinados. Uno de 1 Khz y otro de 10 Khz. Un chip de audio convencional, con sus cientos de miles de puertas lógicas, está especializado en esta tarea y no encuentra problema alguno en llevarla a cabo. Pero Thompson quería asegurarse de que su hardware era capaz de evolucionar por sí solo hasta llegar a una solución. Para ello, sus chips tenían solamente cien puertas lógicas. Además, el doctor Thompson eliminó el reloj interno de los chips, de manera que no pudiesen sincronizar sus recursos de la manera tradicional. Para dar comienzo al experimento, cargó en cada chip un software distinto consistente en todos los casos en una sopa quasialeatoria de unos y ceros, hizo que recibiesen los dos tonos musicales y clasificó cada chip de acuerdo con el grado de precisión obtenido a la hora de distinguir entre los dos tonos. Naturalmente, ninguno de los chips pudo ni siquiera acercarse a un resultado óptimo, debido a la extrema aleatoriedad del software con el que estaban trabajando. Aún así, y basando su decisión en matices casi infinitesimalmente minúsculos, el ordenador de control pudo distinguir los que mejor lo habían hecho y permitirles intercambiar parte de su código con sus compañeros. Para terminar de asemejar el proceso a la evolución biológica, Thompson introducía pequeñas mutaciones en forma de un uno o un cero cambiado aquí y allá en algunas de las "cópulas".

En los primeros cientos de generaciones, apenas había muestras de que los chips iban a conseguir realizar su tarea con diligencia. Pero pronto los chips comenzaron a mimetizar y reproducir el sonido que recibían como entrada. No era, desde luego, el resultado deseado, pero sí algo bastante mejor que el pobre comportamiento de sus primeros ancestros. La eficacia de los chips mejoraba en incrementos ínfimos, pero mesurables. Alrededor de la generación nº 650, los chips habían desarrollado cierta sensibilidad a las ondas de 1 Khz. En la generación nº 1400, los chips ya distinguían los tonos correctamente en el 50% de los casos. Finalmente, en la generación nº 4000, el sistema había establecido un programa óptimo para llevar a cabo la tarea. Al recibir la onda de 1 Khz, los chips reaccionaban disminuyendo su voltaje de salida a cero voltios. Sin embargo, con la onda de 10 Khz, los chips incrementaban su voltaje de salida hasta los cinco voltios. El doctor Thompson incluso aumentó los requerimientos sobre el sistema, obligándole a reconocer órdenes vocales como "Stop" y "Go". Tras unas cuantas generaciones más, los chips estaban llevando a cabo esta nueva tarea sin problemas.

Adrian Thompson había conseguido demostrar que el principio de selección natural y la evolución darwiniana se pueden aplicar al hardware informático y que ésta podía producir circuitos especializados a partir de circuitos genéricos. Todo ello usando una mínima fracción del tiempo y el esfuerzo que hubiese requerido diseñarlo.

Cuando Thompson estudió su progenie perfecta, fruto de un proceso de evolución inducido, se encontró con algo absolutamente inesperado. El chip estaba utilizando solamente treinta y siete de sus cien puertas lógicas (en contra de lo que cualquiera hubiese predicho) y la mayoría de ellas estaba configurada en forma de bucle recursivo. Cinco células lógicas concretas se habían convertido en un bucle completamente separado del resto, sin posibilidad de comunicación con las demás puertas lógicas ni de recibir información de la entrada o enviarla a la salida. Increíblemente, cuando el doctor Thompson deshabilitó este conjunto de cinco puertas, el chip perdió su habilidad para reconocer correctamente los tonos. Por último, los chips habían perdido toda posibilidad de trabajar con otros chips programables del mismo tipo. Eran demasiado distintos. Nadie, incluyendo al doctor Thompson, tenía la más mínima idea de qué estaba sucediendo.

Parece ser que la evolución no solamente había seleccionado los programas que mejor conseguían el objetivo propuesto, sino que además había escogido inesperadamente aquellos que aprovechaban los sutiles efectos electromagnéticos que se producen entre diferentes partes de un circuito cuando un flujo de electrones pasa por cada una de ellas (efecto que se conoce como Flujo Electromagnético y que debido a su incontrolabilidad es inutilizable a escala industrial) para su propio beneficio. La conclusión era que los chips habían aprendido a trabajar con valores más correspondientes a una gama de tenues grises producida por el extraño flujo electromagnético que con los rígidos blancos y negros de la lógica electrónica.

martes, 10 de julio de 2007

Rex Nemorensis

En algún lugar de la obra del latino Ovidio, aquel autor de talante viajero y espíritu imponderable nos habla de un hermoso arrollo a escasos kilómetros de la actual Riccia, en la región del Lacio, adonde gustaba acercarse para beber las aguas límpidas del manantial que luego afluye al lago denominado Le Mole, antaño conocido como “el espejo de Diana” o lacus nemorensis (según sir George Frazer, de 5 kilómetros y medio de diámetro, 30 metros de profundidad y 90 de farallones).

Cuando aún Ovidio pisaba esta tierra, en la orilla norte de dicho lago se encontraban dos lugares sagrados, uno de naturaleza humana, el otro de índole geográfica. Se trataba del santuario y el bosque de Nemi respectivamente. La tradición griega cuenta que Orestes trajo allí, entre un montón de ramas secas, una talla de madera de la Diana Táurica, Artemisa de los romanos. Los restos de aquel héroe yacen en la ladera capitolina, frente al templo dedicado a Saturno en Roma. Sin embargo, muchos otros no hallarían un sepulcro tan excelso como ése, sino entre la tierra fecunda de aquel bosque sacro, aquellos que en su vida fueron acólitos de un ritual sangriento perpetuado por la espada durante siglos, en el bosque de Nemi.

En un claro de dicho bosque se halla un manzano sagrado, cuyas ramas simbolizan la fuerza del mitológico Eneas y de cuyos frutos se cuenta que los protegen las Hespérides. El aspirante a rey-sacerdote del bosque debía arrancar una rama de su copa antes de batirse en duelo con su antecesor, arrebatándole así el codiciado título de Rey del Bosque.

El último rex nemorensis fue un trotamundos originario del monte Pindo. Se cuenta que tras escapar de la esclavitud a manos de vándalos dacios, sirvió como legionario en el imperio de los césares, donde olvidó su verdadero nombre, hasta que fue capturado por las hordas alanas en Tracia, quienes le quemaron la planta de los pies y lo abandonaron a su suerte. Dos años más tarde llegó a Aricia y trabó conocimiento con el rito del Rey del Bosque. Manchó la hojarasca con la sangre de aquél, tras robarle la rama de Eneas y batirse en combate singular.

En la actualidad, los campesinos de la región alimentan multitud de historias y leyendas sobre ese antiguo ritual sangriento, y no faltan los relatos de fantasmas que aseguran haber visto al último Rey del Bosque, vigilando sus dominios y el manzano sagrado de Nemi a la luz de la luna. ©


domingo, 8 de julio de 2007

El juicio divino

El acontecimiento más relevante de la historia de la Humanidad tuvo lugar el 16 de enero de 1918 en Moscú. Ese día, un tribunal popular presidido por el comisario de Instrucción Pública Anatoly Lunacharsky se instituyó como competente para juzgar a Dios por sus crímenes contra la Humanidad.

A las 08:15 horas de la mañana comenzó la lectura de los cargos que el pueblo ruso -y por extensión la especie humana al completo- tenía contra Dios. La imputación principal contra el Todopoderoso fue la de genocidio.

El juicio se prolongó durante cinco horas y en él se colocó una Biblia en el banquillo de los acusados. Los fiscales presentaron numerosas pruebas de culpabilidad basadas en testimonios históricos y los defensores designados por el estado Soviético aportaron argumentos en favor de la inocencia de Dios. Su baza principal fue la petición de absolución por grave demencia y desarreglos psíquicos. Sin embargo, el tribunal dejó claro desde el principio que no aceptaría una petición de absolución debido a la extrema gravedad de los delitos juzgados.

Finalmente, un tribunal popular declaró a Dios culpable de los delitos por los que había sido juzgado y el presidente del Tribunal leyó la sentencia. Dios fue condenado a morir fusilado a las 6:30 horas del 17 de enero de 1918. La sentencia fue ejecutada por un pelotón de fusilamiento que disparó cinco ráfagas de ametralladora contra el cielo de Moscú.

sábado, 7 de julio de 2007

El aplazador

Al-bu-Mahnramn fue uno de los generales más beligerantes del sultán otomano Ahmed I. Entre otras cosas fue un valioso estratega y furibundo iconoclasta, pero no obstante todos le recuerdan hoy por la extraña historia que de él cuentan las leyendas turcas, y de la que aquí nos hacemos eco.

Un buen día, el general mantenía una acalorada charla con un enviado de la corte de Venecia al que habían acogido en el palacio de Topkapi, Estambul. El tema de su discusión no era otro que el arte europeo, hacia el que Mahnramn, un hombre culto e ilustrado como pocos en el ya decadente imperio de los otomanos, profesaba un profundo recelo. El general, conocedor del desarrollo de la pintura europea, le dijo al enviado de Venecia: “¿Acaso no son también los pintores de la realidad, aquellos que proliferan en las cortes cristianas de Europa, hacedores del mundo? Pues a través de sus imágenes se extiende la creación de Dios, que es el más grande de los artistas.” Y a continuación profirió la profecía que lo haría célebre y deudor de muchos seguidores, quienes, tras jurarle lealtad, proyectarían sus palabras por el resto de la Historia: “Un día –dijo--, el mundo de la pintura colmará el cerco de sus marcos. Y conquistará el mundo creado.”

El año de su sultanato, Al-bu-Mahnramn partió con un ejército de trescientos mil hombres desde la capital otomana hacia Roma. Quienes los vieron cruzar los Cárpatos, así como los regimientos que no osaron hacerles frente, no pudieron sino llorar por el destino de la capital cristiana. No se dudó de la pronta llegada del ejército otomano a las murallas de Roma, y entrado el siglo XVII, en las capitales de Europa corría la noticia de que el temible regimiento aún avanzaba en serena formación, con el firme propósito de destruir las obras de los artistas clásicos de Occidente.

Aún hoy, la guardia de Roma, impotente ante tan implacable adversario, permanece alerta a la espera de avistar al general y a su ejército en el horizonte. Algunos teólogos e imanes interpretaron en esta angustiosa espera una de las potestades de Alá, el cual, en uno de sus 99 nombres, es llamado el Aplazador. ©




martes, 3 de julio de 2007

El club de los ingleses

Por algún motivo quizá no estrictamente literario, muchos escritores británicos, en particular los que nacieron y vivieron a la luz del periodo victoriano, han mostrado un explícito y sano afán por el mundo del club. No proviene sino de estos hombres insulares la costumbre de aspirar la pipa con la mirada perdida, servir una taza de té o una copa de brandy y pasar la tarde en compañía de amistades afines, a ser posible a la lumbre de un hogar encendido y en torno a un confortable canapé.

Uno de los mejores aficionados al club fue Gilbert Keith Chesterton. Buena parte de su celebridad se la debemos a las intrincadas piruetas intelectuales que sus personajes, como el recalcitrante padre Brown o el arquetípico “hombre que sabía demasiado” detective Horne Fisher, llevaron a cabo haciendo gala de su lógica elegante, y es cierto que no pueden reprochársele a este autor bajezas literarias ni las apelaciones, tan frecuentes en su época, a una ciencia que hoy nos parece tosca y supersticiosa, ni se le conocen torpezas de otra índole. De su pasión por los clubes, Chesterton ideó y recreó múltiples de ellos, algunos brillantes, y bien podríamos decir que fue además un gran antologista en este sentido. El club de los negocios raros y El club de los incomprendidos son dos obras maestras del género.

Han habido otros autores de habla inglesa aficionados a estos mundos secretos, tales como el escocés Robert Louis Stevenson, que ideó El club de los suicidas, y no hay metáfora ni ambigüedad aquí, como ocurre a veces en Chesterton. Luego tenemos ese colmo del cinismo, que deja constancia del buen humor que sabían cultivar antaño los ingleses: el testimonio aparentemente verídico que el señor Thomas DeQuincey nos brinda en una articulación titulada El asesinato considerado como una de las bellas artes, y que expone a la manera lujosa de aquel autor, que pasaba del ensayo a la anécdota, de la narrativa al historicismo con toda desfachatez, las ocupaciones de un club dedicado a la apología y celebración del buen crimen capital, en calidad de dilettanti, por usar el término textual. Si bien DeQuincey consideraba la degollación como punto álgido de dicho arte, es más de nuestro gusto y sensibilidad la muerte por estrangulamiento, a disponer con soga o similares, ciertamente más limpia. En Escocia e Irlanda, célebres literatos como Arthur Conan Doyle, Oscar Wilde o George Bernard Shaw fueron también asiduos clubbers o mantuvieron contacto en algún momento de sus vidas con este tipo de organismos.

En 1919, un aristócrata y poeta inglés llamado Percival Fake tuvo la visión de crear un club que reuniese a todos los clubes del orbe. El “Club de los clubes”, como a él le gustaba referirse a su capricho, aún tiene su sede en el 301 de Oxford Street, Londres. Cada día 9 de cada mes, se reúnen en ese lugar gentes de diversas culturas y credos, y se sabe que no permiten la entrada a nadie que no exhiba en su solapa una flor dorada. ©

lunes, 2 de julio de 2007

Una carta para la señora Hamamura


En 1943, durante la encarnizada guerra librada en el Pacífico por los ejércitos de Estados Unidos y el imperio del Japón, los norteamericanos establecieron numerosas bases a lo largo y ancho de las islas que predominan en esas latitudes. A medida que el conflicto seguía su curso de destrucción, con frecuencia los norteamericanos se sirvieron de estas islas como centros presidiarios donde iban a parar los soldados japoneses que caían cautivos. La historia que nos ocupa aconteció en una de esas islas-prisión. Sus protagonistas: cincuenta y dos presidiarios del ejército nipón, y la madre de uno de ellos…
He aquí que a los presidiarios japoneses de la isla-prisión de Okino Tiroshima les permitían reunirse todos los días en el gran patio central de la prisión, donde tenían ocasión de conversar y darse consuelo mutuo, en vísperas de la inminente derrota. Uno de ellos, el soldado raso Musuko Hamamura, presintiendo que no le quedaba mucho tiempo de vida, había expresado su deseo de escribir una carta para su madre, que vivía en una pequeña aldea a orillas del estrecho de Kanmon, pero esto era un privilegio que los cautivos japoneses no tenían permitido.
De manera que cada mañana, al salir al patio de la cárcel, los presidiarios que componían el antiguo batallón de Musuko se reunían para memorizar la carta imaginaria del melancólico soldado. Cada uno de ellos memorizó con devoción, a lo largo de incontables mañanas, un fragmento de los extensos pensamientos que Musuko albergaba para su madre. Al término de la guerra, no obstante, veintitrés de ellos habían perecido a causa de los rigores del cautiverio, incluido el soldado Musuko. De manera que los veintinueve restantes, una vez hubieron regresado a sus hogares y rendido cuentas con la nación vencedora, acordaron presentarle a la madre sus respetos así como los distintos fragmentos que cada uno conservaba en la memoria.

Veintinueve fragmentos de la extensa carta de Musuko pudieron así verse reunidos un buen día, en la casa que la madre de éste tenía en el estrecho de Kanmon. Unos llegaron a pie; otros en ferrocarril y algunos por mar. Todos ellos lograron aunar una porción de sus memorias para componer un texto irremediablemente resquebrajado, irrecuperable en su totalidad, pero cuyos fragmentos inconexos aún hablan de esta historia singular. ©

Los dioses de Lovecraft

Howard Phillips Lovecraft legó a la posteridad un impresionante panteón de dioses con sus correspondientes seguidores, leyendas, libros prohibidos, ritos e historia. En su correspondencia privada afirmó reiteradamente que todo ello no era más que el producto de su fecunda imaginación. Sin embargo, no consiguió que sus explicaciones impidiesen la aparición de cultos de todo tipo creados para venerar, investigar o combatir a las monstruosas criaturas que surgieron de su pluma. Naturalmente el sentido común y, en última instancia, la cordura nos exigen que consideremos como puras imaginaciones de una mente ociosa la rica y sugerente mitología lovecraftiana. Sin embargo, hay en todo ello algo difícil de conciliar con la recta razón.

Existe en ciertas religiones precolombinas mesoamericanas la alusión a un demonio llamado Chtul, habitante del océano y que enviaba a los hombres su poder destructivo en forma de temible huracán cuando su ira se veía desafiada. Más inquietante si cabe es la alusión por parte de algunos indígenas al dios Xoshithotl, habitante del Monte Alban en las ruinas de Tabasco, en la zona sur de México. Este dios Xoshithotl se manifestaría por medio de un demonio emisario llamado Natlazotp, multiforme y capaz de entrar en los hombres y poseer su alma y cuerpo. Algunos antropólogos vinculan ciertos ritos sangrientos de la religión maya con la adoración de estos dioses demoníacos.

No se sabe gran cosa acerca del conocimiento que Lovecraft pudiese tener de las culturas precolombinas. Es por tanto imposible afirmar que no se basara en esas antiguas leyendas para crear los temibles seres que pueblan sus relatos. Pero sería sin duda motivo de gran inquietud llegar al conocimiento de que el autor estadounidense no trabó una relación de conocimiento tan profunda con la historia de las civilizaciones precolombinas. Dejamos al criterio de los lectores el extraer las conclusiones pertinentes.