viernes, 31 de agosto de 2007

Un precursor fallido

Suele darse por sentado que Marco Polo fue el primer y gran descubridor de Oriente, así como el primero en trazar las rutas asiáticas y visitar la corte de los mongoles. Sin embargo, hubo un viajero que le antecedió en dicha gesta, aunque sólo los estudiosos conozcan hoy de su existencia.


Giovanni da Pian del Carpini era un fraile franciscano procedente de Umbria. De sus buenas relaciones con el papa Inocencio IV obtuvo el honor de ser designado como embajador de Roma en un viaje que lo llevaría hasta el país de los mongoles, a tiempo de asistir a la coronación del gran kan Guyuk y presentarle un documento firmado por el Papa. Corría el año 1246. El día de su partida, Del Carpini contaba más de sesenta años, pero esto no le impediría cruzar las montañas del Hindukush en un lance de arrojo sin precedentes, ni atravesar airoso penurias y calamidades hasta llegarse felizmente a la tierra prometida.

El kan Guyuk lo recibió con todos los honores a él y a los oficiales que lo acompañaban, y se cuenta que puso a disposición del fraile un grupo de concubinas bien adiestradas en las artes amatorias, aunque Del Carpini se abstuvo amablemente de complacer al monarca en este punto.

Más tarde el fraile itinerante describiría las vivencias de ese viaje en un libro titulado Liber Tartarorum, considerado hoy en día una de las perlas de la literatura medieval. Del Carpini, habituado a la opulencia de la santa Iglesia, probablemente no hallaría gran asombro ante los excesos que rodeaban al kan y su ceremonia, pero no obstante describió en su libro las riquezas y solemnidad que exhibían la mayoría de sus capitanes. Durante la ceremonia, Del Carpini trató de convencer al monarca para que se convirtiera al cristianismo, para lo cual hizo que le leyeran el documento confiado por el Papa. El geógrafo veneciano Fra Mauro diría de ese documento que era “un interesante ejercicio de arrogancia cultural”, y que decía así:

“Debéis venir vos mismo a la cabeza de vuestros reyes y demostrarnos vuestra fidelidad y lealtad. Y si desdeñáis la orden de Dios y desobedecéis nuestras instrucciones, os consideraremos nuestro enemigo.”

“Vosotros –contestó el kan consternado--, habitantes de los países de Occidente, os consideráis los únicos cristianos y nos despreciáis. ¿Cómo sabéis quién es digno ante Dios de participar de su misericordia? Cuando os decís: ‘Yo soy un cristiano, rezo a Dios y le sirvo y odio a los demás’, ¿cómo sabéis a quién considera justo Dios y con quién se mostrará misericordioso?”

Tras esto Del Carpini tomó el viaje de regreso y llegó a Kiev en junio de 1247, siete años antes del nacimiento de Marco Polo. Se cuenta que cuando finalmente pudo reunirse con el papa Inocencio en la capital cristiana, el fraile se mostró muy apesadumbrado. El Papa le preguntó por el motivo que lo afligía, y Del Carpini, hombre conocido por la parquedad y templanza de sus dictámenes, le contestó con las siguientes palabras: “Demasiado tarde, su Santidad. Parece ser que Dios llegó a un trato con el kan antes que nosotros.” ©


jueves, 30 de agosto de 2007

Norton I, Emperador de los Estados Unidos de América

El 3 de octubre de 1859, Joshua Abraham Norton se proclamó a sí mismo Emperador de los Estados Unidos con el nombre de Norton I en la ciudad californiana de San Francisco. Norton, inglés de nacimiento, había hecho fortuna en Sudamérica pero perdió todo su dinero tras invertirlo en una plantación de arroz en Perú. Tras estar desaparecido de la vida pública durante unos años (para escapar de sus acreedores, según sus biógrafos), regresó al cabo de los años para reclamar el título que según su propia visión de las cosas le correspondía como monarca de los nacientes Estados Unidos de América.

Durante los 21 años que duró su reinado, Norton I fue acogido con entusiasmo por los ciudadanos de San Francisco quienes, llevados de su celo monárquico, llegaron a acuñar moneda con la cara de Norton I y a darle curso legal en la ciudad. Norton I, contó siempre con la simpatía y el cariño de sus súbditos aunque no consiguió el reconocimiento diplomático del resto de naciones del globo.

Entre los numerosos edictos y decretos que promulgó durante su reinado, se hallan las constantes reclamaciones al ejército para que disolviese las cámaras de representantes mediante el uso de la fuerza si llegase a ser necesario; la exhortación a las iglesias Católica Romana y Protestante para que le coronasen emperador en sendas ceremonias oficiales; la abolición de los partidos Republicano y Demócrata; la prohibición de referirise a la ciudad imperial de San Francisco como "Frisco", penada con la sustanciosa multa de 25 dólares; la propuesta de creación de una Liga de Naciones; la construcción de un puente o túnel que conectase Oakland con San Francisco; la emisión de Bonos Imperiales, pagaderos a un interés del siete por ciento; o la prohibición de cualquier enfrentamiento entre ciudadanos por cuestiones religiosas o raciales. Se dice, incluso, que fue Norton I quién acabó con los constantes enfrentamientos entre las comunidades anglosajona y china de la ciudad.

Norton I no tenía fortuna personal, por lo que vivía de la caridad de sus súbditos. Enfundado en un impresionante traje de gala del ejército, regalo de unos oficiales destinados en el Presidio de San Francisco, Norton I tenía garantizada la entrada a prácticamente cualquier establecimiento de la ciudad. Comía en los mejores restaurantes y no se estrenaba espectáculo teatral o musical en el que no tuviese asientos de honor reservados. Los comercios que le concedían esas prebendas colocaban luego una placa de bronce a su entrada proclamándose con ellas "aprobados por su Alteza Imperial Norton I". Estos sellos imperiales solían conllevar una importante mejora en el éxito comercial de los negocios. En ocasiones se vendieron y compraron placas falsificadas.

En 1869, Norton I fue arrestado por la policía de San Francisco para ser ingresado en un hospital mental. Los disturbios callejeros y la enorme indignación popular llevaron a su inmediata liberación y a la petición de disculpas públicas por parte del jefe de policía. Magnánimo, Norton I otorgó el perdón real tanto al agente que lo detuvo como al resto del departamento de policía y no consideró el incidente más que como una anécdota jocosa. Cuando su uniforme de gala comenzó a mostrar un aspecto viejo y ruinoso, el ayuntamiento de la ciudad decidió pagarle uno nuevo. Como muestra de agradecimiento, Norton I otorgó títulos de nobleza a diversos miembros del consistorio.

El 8 de enero de 1880, Joshua Abraham Norton se desplomó inconsciente en la esquina entre las calles de California y Dupont mientras se dirigía a dar una conferencia en la Academia de Ciencias de San Francisco. Varios policías le trasladaron rápidamente al hospital de la ciudad, pero murió en el trayecto. Al día siguiente, el San Francisco Chronicle publicó la noticia en primera página con el titular: "Le Roi est Morte". El texto de la necrológica decía: "sobre el sucio pavimento, en la oscuridad de la noche lluviosa, Norton I, Emperador de los Estados Unidos de América y Protector de Mexico por la Gracia de Dios, encontró ayer la cristiana muerte". Otros periódicos publicaron semejantes notas necrológicas. Se dice que más de 30.000 personas, desde los más miserables a los más poderosos de entre los ciudadanos de San Francisco acudieron a su funeral, motivo por el que se decretaron dos días de luto oficial en la ciudad.

El hombre que hundió el Titanic

David Blair era un marino británico, destinado a servir en la nave Titanic como segundo oficial. Sin embargo, pocos días antes del fatal viaje inaugural del Titanic, Blair fue transferido a la tripulación de otro barco de la naviera, salvando así su vida. La parte de la historia que nos interesa tiene que ver con una pequeña llave que David Blair olvidó en su bolsillo. Esa llave abría unos pequeños compartimentos ubicados en los puestos de observación donde se encontraban, entre otras cosas, los binoculares destinados a ser usados por parte de los vigías de a bordo. Debido a que Mr. Blair nunca entregó la llave a Charles Lightholler, su sustituto en el Titanic, los vigías del barco nunca pudieron utilizar los prismáticos destinados a facilitar su labor de vigilancia a bordo.

A las 23:45 horas de la noche del 14 de abril de 1912, los vigías a bordo del RMS Titanic vieron un enorme iceberg hacia el que la nave se dirigía irremediablemente. Una espesa niebla y la falta de mejores medios para ayudarles en su tarea (binoculares, por ejemplo) hacían casi imposible ver cualquier objeto que se encontrase a cierta distancia de la nave. Debido a su enorme tamaño, el Titanic no pudo virar a tiempo y pasó rozando el iceberg y adentrándose en la la tragedia tal y como todos sabemos.

En las investigaciones llevadas a cabo tras el hundimiento del Titanic, se llegó a la conclusión de que de haberse hallado en posesión de la llave que les hubiese permitido abrir los compartimentos de los puestos de observación y usar los binoculares disponibles, los vigías podían haber alertado de la presencia del fatídico iceberg con antelación suficiente como para hacer virar la nave de forma segura. Sin saberlo, David Blair había sellado el negro destino del mayor barco jamás construido al olvidar una pequeña llave en el bolsillo de su chaqueta.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Un largo suicidio

Diseminadas por el norte de Japón, pueden encontrarse hasta 12 momias conocidas como Sokushinbutsu expuestas en templos budistas. Estas momias, pertenecientes a monjes seguidores del Shugendo, la antigua tradición budista japonesa, constituyen tal vez la más sólida prueba de entrega voluntaria de la propia vida que se haya visto jamás en una religión.

Durante tres años, los monjes seguían una estricta dieta de frutos secos y semillas al tiempo que practicaban un régimen de dura actividad física para eliminar tanta grasa de su cuerpo como fuese posible. Después, sus alimentos se limitaban sólo a cortezas y raíces y comenzaban a beber un té venenoso hecho con la savia del árbol Urushi, que contiene Urushiol, una sustancia habitualmente empleada en el lacado de piezas de porcelana. La ingestión de este té causaba vómitos y una rápida pérdida de líquidos corporales. Llegado a este punto, el monje se encerraba a sí mismo en un sarcófago de piedra apenas más grande que su propio cuerpo en el que no abandonaría la posición del loto. Cerrado el sarcófago, la única conexión del monje con el mundo exterior consistía en un tubo para respirar y una cuerda para hacer sonar una campanilla. Cada día el monje hacía sonar la campanilla para mostrar a sus compañeros que aún seguía vivo. Cuando la campanilla dejaba de sonar, éstos sellaban la tumba herméticamente.

Este proceso de automomificación era extremadamente largo y doloroso y los pocos monjes que conseguían seguirlo hasta el final eran expuestos en forma de momia a sus compañeros y recibían todas las muestras de respeto posibles. No todos los monjes que decidían seguir este camino de autonegación y control de las sensaciones físicas eran capaces de llegar al final, pero los pocos que lo conseguían alcanzaban el rango de Buda, un estatus semidivino en sus congregaciones, como muestran hoy las enseñanzas de la secta Shingon del budismo japonés.

El estado japonés prohibió el Sokushinbutsu en el siglo XIX, aunque la práctica continuó hasta bien entrado el siglo XX. El gobierno tuvo que prohibir esta curiosa forma de suicidio ante la posibilidad de que millares de monjes budistas decidiesen seguir la senda de la automomificación.

Los jardines imaginarios

El capitán sir Richard Francis Burton (1821-1890) fue uno de los más notables exploradores y eruditos de la última época gloriosa del imperio británico. Entre sus hazañas se cuentan el descubrimiento de las fuentes del Nilo, que llevó a cabo junto al teniente Speke, o la famosa anécdota de su visita a la Ciudad Prohibida de los musulmanes, adonde llegó disfrazado de bereber. Asimismo, Burton fue una de las plumas más prolíficas de la lengua inglesa, y sus obras, que se cuentan por docenas, son un feliz maridaje entre narración antropológica y calidad literaria.

Durante uno de sus viajes por Oriente Medio, Burton vio las fortalezas erigidas en lo alto de acantilados y montañas que, a la manera de gigantes barreras naturales, sirvieron de refugio al Viejo de la Montaña, señor de los hassassin, y donde se hallan también los jardines colgantes que han dado fama a esa región. El guía que a la sazón conducía la expedición era un musulmán natural de las cercanías del río Jordán, llamado Al-Mub Sahlim Bir Dum Rumal Kaser, pero cuyos itinerarios lo habían llevado por casi todo el mundo y era gran conocedor de buena parte de culturas, así como de aquellas tierras llenas de mito. En el interior de una de las fortalezas, habitada por religiosos chiítas que estudiaban el Corán entre sus murallas arenosas, mostró al capitán un prodigioso jardín que los ulemas trabajaban con ahínco. Se componía de un centro espeso de vegetación sobre el cual, sirviéndose de herramientas muy precisas que ellos mismos habían diseñado, elaboraban perfectas formas geométricas, tales como esferas y pirámides, y cuyo trazado estaba ideado según una delineación igualmente geométrica. De este modo, subiendo a una de las murallas que rodeaban la fortaleza y desde la cual se dominaba el gran patio, podían verse los dibujos de octágonos, hexágonos y toda clase de representaciones simbólicas que pueblan el imaginario artístico musulmán. Bellos entramados de líneas y dibujos simétricos, cuerpos tridimensionales, polígonos regulares, obeliscos o cubos emergían de la vegetación.

Burton no especificó o no quiso especificar la localización exacta de este lugar, y hasta la fecha no se han hallado otras menciones o referencias al jardín geométrico entre los libros de ciencias. No es descabellado argumentar que este episodio fuese una fantasía del erudito explorador, introducido en sus anotaciones de viajes como mero divertimento o fabulación antropológica. ©