miércoles, 22 de agosto de 2007

Un largo suicidio

Diseminadas por el norte de Japón, pueden encontrarse hasta 12 momias conocidas como Sokushinbutsu expuestas en templos budistas. Estas momias, pertenecientes a monjes seguidores del Shugendo, la antigua tradición budista japonesa, constituyen tal vez la más sólida prueba de entrega voluntaria de la propia vida que se haya visto jamás en una religión.

Durante tres años, los monjes seguían una estricta dieta de frutos secos y semillas al tiempo que practicaban un régimen de dura actividad física para eliminar tanta grasa de su cuerpo como fuese posible. Después, sus alimentos se limitaban sólo a cortezas y raíces y comenzaban a beber un té venenoso hecho con la savia del árbol Urushi, que contiene Urushiol, una sustancia habitualmente empleada en el lacado de piezas de porcelana. La ingestión de este té causaba vómitos y una rápida pérdida de líquidos corporales. Llegado a este punto, el monje se encerraba a sí mismo en un sarcófago de piedra apenas más grande que su propio cuerpo en el que no abandonaría la posición del loto. Cerrado el sarcófago, la única conexión del monje con el mundo exterior consistía en un tubo para respirar y una cuerda para hacer sonar una campanilla. Cada día el monje hacía sonar la campanilla para mostrar a sus compañeros que aún seguía vivo. Cuando la campanilla dejaba de sonar, éstos sellaban la tumba herméticamente.

Este proceso de automomificación era extremadamente largo y doloroso y los pocos monjes que conseguían seguirlo hasta el final eran expuestos en forma de momia a sus compañeros y recibían todas las muestras de respeto posibles. No todos los monjes que decidían seguir este camino de autonegación y control de las sensaciones físicas eran capaces de llegar al final, pero los pocos que lo conseguían alcanzaban el rango de Buda, un estatus semidivino en sus congregaciones, como muestran hoy las enseñanzas de la secta Shingon del budismo japonés.

El estado japonés prohibió el Sokushinbutsu en el siglo XIX, aunque la práctica continuó hasta bien entrado el siglo XX. El gobierno tuvo que prohibir esta curiosa forma de suicidio ante la posibilidad de que millares de monjes budistas decidiesen seguir la senda de la automomificación.

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